Acantilados de Quebrada Verde, Valparaíso V Región, Chile. Foto: M. Palma V. |
La Corporación Patrimonio y Paisaje, realiza con esta publicación y otras, la entrada de una serie de documentos y textos para difundir el valor del paisaje, los pensamientos, trabajos y aportes de destacados académicos, investigadores y profesionales, cuyo objetivo es la sinergia de todos los que estamos comprometidos con el paisaje y el medio ambiente, por ende con la dimensión social y cultural que ello implica. Reproducimos este documento por lo importante, estimulante y profundo de su contenido.
Arq. Juan David Chavez G. Profesor asociado Universidad Nacional de Colombia
Nota: Este texto sólo puede ser publicado si se da crédito de que el autor es docente de la Universidad Nacional de Colombia.
Asistimos hoy a la desertización del planeta, a la arquitecturización del globo y la construcción de la megalópolis. La gran ciudad se ha convertido en el escenario de los códigos; es la máquina que permite los contactos multiculturales dentro de la democracia, todo ello documentado con aridez acentuada en la obra de numerosos artistas; pero el hombre trata de huir del sufrimiento y la desesperación de la existencia urbana creando burbujas antidepresivas. Así mismo, mediante la arquitectura, toma posesión del vacío y deja ver el horror que tiene de la naturaleza en su estado primitivo. La ciudad entonces aparece como una obra contra la naturaleza, como la rectificación y racionalización de lo natural, como si ello fuese incompleto o defectuoso. El afán del pensamiento modernista, cuyo origen se ubica en la actitud racional del Renacimiento, ha llevado al hombre a la matematización positivista de su mundo destruyendo la dimensión poética de lo natural para sustituirla por un universo artificial cada vez más lejano de su esencia profunda. Aberrantes paisajes de aislamiento y normatización tecnológica constituyen el ideal mediático que promueven los medios de comunicación alienando por completo al ser humano.
En consecuencia, el desequilibrio y la alteración desmedida del orden natural han puesto en peligro de extinción a la especie humana y al planeta mismo. Los recursos naturales escasean a tal punto que el agua, elemento esencial para la vida, se ha visto desde ya como el objeto de una posible guerra planetaria en un futuro no muy lejano. El calentamiento global, el surgimiento de nuevas enfermedades y virus, las patologías sociales, la sobrepoblación, la contaminación, la explotación indiscriminada de los recursos naturales y la inconciencia del carácter limitado del tercer planeta del sistema solar, han llevado a la crisis actual, de la cual la arquitectura y el paisajismo son protagonistas principales.
En este maremagno apocalíptico, el filósofo español Félix Duque establece la relación entre el concepto de lo ecológico y lo arquitectónico, ya que la palabra ecología proviene del griego oikos, que significa casa, vivienda, hogar; por lo cual, Duque deduce que lo ecológico remite a un regreso a la naturaleza como a la casa propia.
Sin embargo a la arquitectura y al paisajismo puristas, como al arte abstracto, no les interesa la contextualización con su medio, y la actitud antropocéntrica deja ver una intención de convertir al hombre en enemigo de la naturaleza; pareciera ser que su lema hubiese sido: “el hombre contra lo natural”. Frente a esta situación, se requiere restituir la armonía y superar la actitud prepotente del ser humano como hacedor de mundo cuasi divino para recuperar el sentido de la dimensión poética de lo natural.
De esta manera se potencializa la cualidad sensible de lo original y de lo paisajístico para acercarlos a la idea de la obra de arte en el sentido gadameriano de un paisajismo deseado y memorable para la experiencia existencial cotidiana que se tiene mediante el cuerpo y el “[…] alma, en cuyo interior discurren vivencias como una corriente vivencial”. 1
El hombre de hoy está cada vez más alejado de su entorno natural; con frecuencia el lugar donde se desarrolla la experiencia existencial, se convierte en un simple escenario de soporte sin trascendencia y sin implicación directa en el yo. “Suspensos en geografía y suspensos en historia, los habitantes de este planeta frágil preferimos ignorar las grietas que craquelan su piel lacerada mientras nos sumergimos en el láudano narcótico del domicilio ensimismado”. 2 En consecuencia, la conciencia universal pasa inadvertida para la mayoría de nosotros, habitantes de este astro agredido y en extinción.
Como bien se sabe, la arquitectura, y por lo tanto el paisajismo, como uno de sus más preciados vástagos, posee una doble caracterización: de un lado, ella está predeterminada por las condiciones programáticas de carácter cuantitativo y por la condición técnica de su materialidad; y de otra parte, la manipulación del espacio desde una perspectiva estética que incluye el universo poético, entendido como polaridad complementaria a lo racional. Así pues, el paisajismo, además de tener la posibilidad semiológica, está obligado a satisfacer unas necesidades concretas de bienestar para unas actividades humanas definidas. La dimensión matérica del paisajismo lo obliga a mantener un rigor tecnoconstructivo y una actitud de racionalización de los sistemas y de sus componentes; la inclusión de variables como la sostenibilidad, la facilidad de mantenimiento, la economía de medios, la factibilidad estructural, el cumplimiento de las reglamentaciones determinadas por los organismos que lo rigen, y algunas veces, la rentabilidad para los promotores, han desvirtuado la actividad paisajista y en muchos casos hace que los proyectos estén pensados sólo desde esta dimensión cuantitativa.
Ni qué decir de la carencia de la dimensión poética en una buena parte de los proyectos paisajísticos. Sin embargo, ello existe en todo proyecto, aunque obviamente no con igual nivel. Esta calidad poética es la que determina la cualidad artística de una intervención, cualidad que para el caso del paisajismo, se expresa a través del espacio y la forma. La categoría de expresión artística requiere fundamentalmente la reflexión, el pensamiento o la idea que se ve representada a través de la materia elegida. El nivel de profundidad de la reflexión será directamente proporcional a la calidad de la obra; el fundamento teórico que da origen a la manifestación y la calidad técnica con que se ejecuta, son los pilares de la obra artística de paisajismo. Aquí cabe perfectamente asociar la línea de pensamiento hegeliana, donde se manifiesta que es el contenido y no la apariencia lo que determina la condición artística de un objeto.
1 Martín Heidegger, Observaciones relativas al arte – la plástica - el espacio. El arte y el espacio. (Mercedes Sarabia, tr.), Navarra, Cátedra Jorge Oteiza, 2003, p. 81
2 Luis Fernández-Galiano, “La explosión demográfica”, en: AV. Monografías, Casas con Sentido, Madrid, (102), 2003, p. 2.
Parece ser pues que la categoría artística es factible de ser incorporada en el universo paisajístico. Los
trabajos de paisajismo que se distancian de las modas efímeras y son producto de una postura reflexiva, rigurosa y consciente de las implicaciones de cada decisión proyectual, se acercan a este espacio artístico. Las verdaderas obras de arte paisajístico, de similar manera que otras obras de arte, se constituyen a partir de una producción sensible del espíritu y de acuerdo con ello se acercan a la idea de belleza de Hegel, según la cual “[…] lo natural se eleva hacia el espíritu”.3
[1] Francisca Pérez C., “Estética e historia del arte”, en: Ramón Virau y David Sobrevilla, Estética, Madrid, Trotta, 2003, p. 378.
La arquitectura y el paisajismo tienen básicamente dos condicionantes: el programa y el lugar, y de ellas se desprenden todas las decisiones que el proyectista toma en su proceso de creación. Estas decisiones han de estar guiadas por la búsqueda de un equilibrio entre las dos esferas complementarias presentes en la naturaleza humana, deben apuntar a una conciliación de polaridades: materia y espíritu, cosas tangibles e intangibles.
Así, la dimensión poética, en tanto complemento de la racional, debe hacer presencia activa en toda intervención arquitectónica o paisajística. Ahora bien, la tarea fundamental ha de ser la de transformar las variables del lugar y del programa en efectos y experiencias existenciales de alta calidad en las que el espíritu humano se vea conmovido por registros sensoriales que aproximen la acción espacial a algo trascendente y memorable.
Para ello se requiere una visión compleja del mundo, en la cual se incluya lo invisible y lo visible, lo tradicional y lo novedoso, lo concreto y lo abstracto, pero sobretodo, se requiere una conexión constante con el corazón, es decir, con la otra razón, con lo intuitivo.
Además es prioritario que desarrollemos una conciencia planetaria en la cual nos sintamos debidamente comprometidos con la preservación de la naturaleza, de sus riquezas y potencialidades, propiciando intervenciones respetuosas, cuidadosas, autosostenibles y ecológicas. Esto requiere un profundo cambio en nuestro pensamiento ya que generalmente nos percibimos como seres independientes unos de otros, sin conexión con lo que nos rodea y mucho menos con lo distante. Sin embargo, cada uno de nosotros está íntimamente ligado a todo lo existente y es comprobado, de manera científica, que cualquier cambio o modificación en un pequeño corpúsculo del universo, afecta de alguna manera a todo lo creado.
Apremia la necesidad de volver a lo sencillo, a lo vernáculo, a lo tecnológicamente limpio y obviamente a la interrelación imbricada de la arquitectura del paisaje con la naturaleza.
La cualidad poética de lo natural está asociada a los conceptos de lo amable, lo nostálgico, lo trascendente, lo profundo, lo lúdico, lo divertido, de lo conmovedor, de la amistad y la camaradería de la intimidad, lo secreto y lo privado; de alguna manera, como la casa en el árbol que se construye en la infancia para huir del control de los mayores, para no pisar el suelo y en cambio, para estar en un espacio alucinado en el que el tiempo pareciera detenerse. “El nido tanto como la casa onírica y la casa onírica tanto como el nido –si estamos realmente en el origen de nuestros sueños- no conocen la hostilidad del mundo”.4 Esta doble condición de seguridad y libertad se constituye clave para la comprensión de la cualidad poética de lo natural.
4 Gastón Bachelard, La poética del espacio, (Ernestina de Champourcin, tr.), México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 137.
La arquitectura y el paisajismo han de convertirse en máquinas alquímicas para exaltar la cualidad de lo natural. Para crear un ambiente de ensoñación e intimidad en estrecha relación con lo natural que se imponga de forma amable y onírica sobre la arquitectura cotidiana. Entonces lo natural debe atravesar lo artificial; lo arquitectónico se deber ver invadido por lo vital. El mensaje profundo apunta a la presencia conciente de lo ecológico en la arquitectura y el urbanismo mediante una experiencia inédita.
El hombre ha adoptado una actitud bestial que lo ha llevado a las condiciones infrahumanas en las que vive en la actualidad. Condiciones que se ven exaltadas por la densidad de ocupación de la superficie terrestre, la extensión de las ciudades, la contaminación del aire, del suelo y del agua, la destrucción de la naturaleza, la alteración de sus ciclos y su agotamiento.
La supervivencia es una cuestión que ha agobiado la mente del ser humano desde siempre, pero en la actualidad la actitud autodestructiva lo ha llevado a una preocupación diferente a la que tuvo en toda su historia.
La arquitectura y el paisajismo han de tener interés y beneficio no sólo compositivo y visual, sino también medioambiental; que permitan experimentar el paisaje con respeto y que al mismo tiempo lo enriquezcan y lo exalten. Arquitecturas que no generen sobrecostos en su construcción, sino que mediante una correcta orientación y la utilización de sistemas pasivos de aislamiento y acondicionamiento térmico, contribuyan a la economía y a la supervivencia planetaria mediante un uso racional de los recursos naturales.
Como lo aclaró Heidegger, mediante la arquitectura y por lo tanto con el paisajismo, el hombre ocupa el espacio, habita, establece morada en la tierra y da sentido poético a su existencia, por ello, hay que superar con urgencia lo que Walter Benjamín advertía del “[…] urbanismo escalofriante de las ciudades modernas, las ciudades de cristal, los aposentos sin misterio ni densidad ontológica, las casa sin estatuto estético, la funcionalidad desnuda del vidrio”.
Hay que apuntar a la recuperación de la cualidad poética de lo natural para atender el mensaje de salvamento del planeta y prolongar en él la existencia de la vida. Así se establece la idea de restituir la armonía mediante un paisajismo atento a la naturaleza, afable con el medio en el que se establece, conciente de las implicaciones en el gasto de los recursos naturales, con una actitud respetuosa, democrática y comprometida con el planeta que heredarán las futuras generaciones.
Bibliografía
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Documento difundido por: Corporación patrimonio y Paisaje, Chile.
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